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El jugador obsolescente

Obsolescente es un adjetivo que hace mención a que algo se ha vuelto obsoleto, esto es, que ha
caído en desuso. Generalmente con este término nos estamos refiriendo a algún aparato eléctrico
o electrónico aunque en el caso que nos ocupa no sea así ya que vamos a referirnos a jugadores.

Existen varias circunstancias por las que podemos formar un jugador obsolescente, pero la causa
más habitual es la falta de desarrollo en sus habilidades técnicas.

Desde luego mucha de la responsabilidad de la escasez de estos fundamentos técnicos es sin
duda de los entrenadores que haya tenido el jugador y, también sin duda, de las prisas y de la
presión por ganar que emana de su club, del Director Técnico de este y de los padres del jugador.

En general, el jugador que padece la obsolescencia programada es aquel que principalmente
destaca por su físico en edades tempranas, aunque no todos, y necesita de poco más que su
corpulencia y rapidez para imponerse. Suele ser un jugador egoísta fomentado y alentado por su
entrenador desde la banda: bota tú, tira tú, sigue hasta el aro, termina tú, etc.

Este tipo de técnicos son responsables de la obsolescencia programada del jugador, o lo que es
lo mismo, los culpables de su fecha de caducidad. El deportista es útil hoy, en edades tempranas,
pero difícilmente llega a buen nivel a junior ya que su juego basado principalmente en su físico es
neutralizado por el desarrollo, también físico, de los otros jugadores y es ahí donde empieza a
echarse de menos los fundamentos individuales. Al final podemos decir que es una especie de
engaño al jugador: me eres útil hoy, mañana…ya tal.

Los entrenadores no debemos desdeñar nuestra gran influencia en el aprendizaje y la motivación
del jugador de formación. Parece lógico pensar que a mayor preparación del entrenador mejor
formación del jugador, pero sabemos que esta ecuación no siempre es exacta, aprender no es lo
mismo que enseñar, y no todos los entrenadores estamos preparados para enseñar en cualquier
nivel o etapa pero, sin preparación por parte del entrenador es dificilísimo que avance el jugador
en su técnica individual y sus conocimientos del juego.

Debemos pasar a ser entrenadores proactivos, es decir, optimistas, creativos, impulsores de
objetivos y dados a marcar metas alcanzables y a transmitir el efecto Pigmalión, en su vertiente
positiva, sobre nuestros jugadores.

El efecto Pigmalión o profecía auto cumplida es un término que los psicólogos utilizan para
referirse al fenómeno mediante el cual las expectativas y creencias de una persona influyen en el
rendimiento de otra. La esencia del efecto Pigmalión, consiste en cómo las altas esperanzas de
alguien en relación a otra persona dan como resultado un alto rendimiento en esta última.

Visto así, puede parecer que esto es algo positivo y que los entrenadores le podemos sacar mucho
rendimiento simplemente indicando a los jugadores lo mucho que esperamos de ellos. El problema
es que esto es algo más complicado de lo que parece, ya que estas expectativas tienen que ser
reales y fundadas y estar aferradas en la cabeza del entrenador que supervisa la evolución de los
jugadores, es decir, todo lo que digamos tiene que estar apoyado en nuestros hechos y gestos.

Pero el efecto Pigmalión puede tener consecuencias nocivas y perversas si las expectativas
puestas en un jugador son muy bajas en relación a su rendimiento. Si no creemos en el jugador
difícilmente se esforzará y en ese caso conseguiremos que su rendimiento baje aún más. Cuidado
aquí porque el lenguaje no verbal acabará por delatarnos.

Volviendo al asunto del título, si habláramos de un producto con obsolescencia programada
estaríamos pensando que nos engañan. Del mismo modo podemos pensar del entrenador que
“programa” el nivel que pueda adquirir un jugador pensando exclusivamente en la victoria de hoy
muy por delante de la formación integral del jugador. Esa formación integral, amén de dominar
bien los fundamentos y la táctica individual, pasa por otros muchos factores, entre ellos por saber
defender a media pista y no sólo presionando a todo campo y pasa por saber jugar a distintos
ritmos y no sólo corriendo, entre otras cosas.

Uno no puede dejar de acordarse de la fábula de “Las Moscas y la Miel” de Esopo, donde las
moscas son algunos entrenadores de formación y la miel es la dulce victoria que te atrapa. Claro
que en este caso la principal víctima es el jugador.

por Ángel F. Tripiana (@TripiCoach)

Entrenador en A.D. C.V. Carmen

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